RECUERDOS

AÑORANZAS

La niñez.

      Tiernos y múltiples, sin relación alguna, me llegan los recuerdos de niño.

       La casa y la cuadra, los “tinaos” con sus corrales y las cijas, los calostros de las vacas y la moraga de la matanza, el cacareo de las gallinas y el humeante muladar dominado por los altivos gallos picoteando en el  estiércol.

La escuela, ventana de conocimientos. La cartilla y las tablas, las pizarras y los mapas. Los amarillentos libros, los tarugos y el recreo. Mes  de mayo: el rosario y la recogida de flores por los campos, y el permiso de los padres para poder faltar por la tarde a la escuela porque llega San Isidro y se “suelta a verde“ y hay que coger  la talega de la merienda y la vara para ir a cuidar las vacas.


      La mañana, en espera de divisar el coche de la maestra venir ya por el camposanto. Los interminables partidos de fútbol, con dos piedras por portería, en los recreos y en la entrada y salida vespertina de la escuela.
  
    ¡Qué recuerdos de los juegos en cada época del año! Las “indias” en la Solanillla en primavera; el peón, en el otoño; el pinche, en el invierno cuando el terreno estaba húmedo en el Artezuelo o en las Eras, y el escondite en las eras en verano.

      Llegaba diciembre y el nacimiento en la escuela, en la iglesia y en  la casa. Todos a buscar musgo para los llanos, piedras para los montes y trozos de espejo para el río.


La Navidad, calentada con las matanzas, alegrada con algún villancico y celebrada en familia en la mesa con las faldas calentitas al brasero de cisco en torno al orondo gallo, mimado para el día de Nochebuena.


Y el carnaval, donde, tiznados con el corcho y ataviados con los chalecos y las boinas sacados del arca o del baúl de la abuela, recorríamos las calles del pueblo al olor de la hojuela, el retorcido o el bollo del dedo.

     Los largos días estivales, que se quedaban cortos de tiempo para atender a todas las tareas, ayudando en la casa y a la vez sin querer privarse de los juegos infantiles entre las parvas, montones o peces y los sacos de las eras.

     Y uno fue creciendo y el niño se hizo grande y la escuela pequeña. Los atardeceres se volvieron cárdenos y el correr imparable de los días difuminó el ensueño.



Comentarios

Entradas populares de este blog

¡Estrenamos nuevo diseño!

1995-2025, 30 aniversario